VOLVER A «EL PUNTERO DE DON HONORATO»

Cuanto más deberes, menos derechos

o de cómo en los claustros de profesores, además de procurar el bienestar de los alumnos, se cuecen habas a calderadas

 

Publicado en www.aularia.org

Los dibujos son de Pablo Martínez-Salanova Peralta

© Enrique Martínez-Salanova Sánchez


El puntero de don Honorato/Bibliografía/Lecturas de cine/Glosario de cine


 

 

 

Don Honorato se levantó un lunes con la idea de que cuanto más deberes para hacer en casa, peor; o lo que es lo mismo, pensaba, cuanto más se trabaje en clase, mejor, o dicho de otra forma, es en el colegio donde niños y jóvenes deben formarse sobre lo que está en los programas y donde deben desarrollar la mayoría de las actividades que les permiten aprender. El maestro recordaba como una pesadilla su última semana, le había ido mal, rematadamente mal, tuvo la tentación una y mil veces de tirar la toalla. Don Honorato, insomne, para evitar problemas se tomó cuatro tilas, hizo de tripas corazón y obedeció órdenes de dirección, concretamente de Doncarlosmari, y encargó a sus alumnos un trabajo sobre ecología.

Comencemos desde el principio, cuando se gestaron los hechos que dieron lugar a los sinsabores y desvelos de don Honorato. El joven y entusiasta director, Doncarlosmari, aceptó con ilusión un proyecto organizado por el ayuntamiento, muy concretamente por la concejala de medio ambiente, que ideó con el fin de limpiar la ciudad, hacerla más vistosa para el turismo y, de paso, lograr un puñado de votos más en las próximas elecciones. La regidora pensó que la educación cívica debiera comenzar desde la escuela, y emitió un bando para proclamar a los cuatro vientos un concurso en el que se premiaría el mejor trabajo infantil dedicado a la defensa del entorno y a dejar los barrios como los chorros del oro. Doncarlosmari entró al trapo, le entusiasmó el proyecto, se le pasó por el magín en un flash su imagen como futuro edil municipal vitoreado por las multitudes, y lo llevó a Claustro.

Allí lo propuso Doncarlosmari ante los profesores, una representación de las madres y del personal administrativo y auxiliar, un alumno llevado a la fuerza y el conserje de la escuela que estaba para lo que saltara: El director se sintió Pedro de Amiens, el Ermitaño, aquel monje que en el siglo XI animó a las masas europeas a ir a combatir a los infieles para liberar Jerusalén. Faltó a Doncarlosmari subirse a la mesa para declamar su mitin, repitió que era una invitación, de aceptación voluntaria, no impuesta, democrática, como planteaba siempre las cosas, y les llamó a la responsabilidad, a poner en alto la insignia de aquella escuela y a trabajar solidariamente, con generosidad y esfuerzo en la aventura que a todas luces llenaría de honores la escuela en la que todos ellos, no lo dudaba, estaban felices por el deber cumplido, como decían los antiguos.

Quienes conocían a Doncarlosmari intuían que aquella sonrisa de medio lado, y dar pocas explicaciones con cara de que si no se hace por las buenas se hace por las malas, traería complicaciones futuras. El término «voluntariamente», para el director, poseía un significado oculto con característica de metamensaje sibilino, algo así como hazlo si te parece o si no, atente a las consecuencias.

Don Honorato pensaba que, como cualquier aprendizaje que se relacionara con el comportamiento y con los valores, el orden, el respeto a la naturaleza, y todo lo que eran actuaciones ciudadanas, debiera adquirirse con fundamentaciones serias, de buenas, sin castigos ni amenazas, para no crear anticuerpos hacia el conocimiento y la ciencia pura.

Lo de las tareas en casa venía de antiguo, una cuestión reiterativa, recalcitrante y aburrida hasta la saciedad. El fondo del asunto es la conveniencia, o no, de hacer trabajar a los niños en su casa, o lo que es lo mismo, hacer trabajar a los padres lo que los maestros no pueden, o no saben, o no quieren, trabajar en el colegio. Doncarlosmari lo tenía muy claro, soltero y sin compromiso que se supiera, aunque malas lenguas comentaron que lo vieron en el cine haciendo manitas con la inspectora de educación, no tenía el problema en casa, precisamente donde lo tenía era en la escuela. Al director lo apoyaba una facción del colegio, proclives a que los padres debieran hacerse cargo de las tareas que se encomendaran a los niños para hacer en su casa, pues para eso los habían tenido, que parece mentira traer hijos al mundo y después dejar las tareas para la escuela. Sin embargo, no todos pensaban igual, e incluso entre quienes pensaban igual, había diferentes procedimientos de actuación, diferencias mínimas, en ocasiones de concepto o de estrategia, y en otras porque sí, parecían quebraduras insondables.

«Se abre el debate», declamó Doncarlosmari teatralmente , mientras recapacitaba sobre los sistemas liberales y democráticos, «dejo hablar para que se peleen entre ellos y así yo al final impongo una solución de consenso, la mía, para no llegar a las manos». La discusión fue un resumen calcado de las principales ideas que las redes, la televisión y los medios de comunicación transmiten a sus seguidores y adeptos. Pelea total e indiscriminada, agresiones verbales y descalificaciones disimuladas y sin disimular.

El joven director dejó las cosas muy claras, estaba informado convenientemente de que lo de las tareas en casa era discutible, muy discutible, pero también había leído que, aunque hay países que las rechazan de plano, algunos expertos afirman que es muy positivo que progenitores y familiares se impliquen con la obligación de sus infantes, una manera muy eficaz para que adquieran disciplina y capacidad de trabajo (y de paso fastidio un poco a los padres, pensaba el director). Doña Purita le rebatió con apasionamiento que también algunos expertos decían que más de 30 minutos al día de tareas fuera del aula son inadmisibles, que los niños necesitan descansar y jugar, que la familia debe actuar como tal, y no convertirse en la continuación de la escuela, a lo que don Prudencio, maestro experimentado, añadió que las tareas en casa producen desequilibrios familiares, un gran stress y no conducen a nada. Doncarlosmari argumentó que para gustos y opiniones todo son colores, que hay quien dice que las tareas en casa son imprescindibles, que una de las obligaciones del sistema educativo es implicar a los padres en lo que ocurre en la escuela, que hay mucho advenedizo quejica entre madres y padres, y que si tal y cual. Don Prudencio le contestó que sí, pero que muchos deberes crean anticuerpos, y es excesivo, que lo bueno y breve dos veces bueno, que a ciertas edades es mejor tener más tiempo para ser niños y disfrutar la vida.

Pasaron las horas, demasiadas, (Nota 1) y el claustro no avanzaba, la discusión se alargó, se hizo violenta. Doncarlosmari esperaba que los problemas, los suyos, se le solucionaran por aclamación, sin recurrir a la autoridad, pero no fue así, e insistió en la obsesión de muchos padres por las actividades extraescolares, que reniegan de los deberes pero les acosan a danza, inglés, gimnasia rítmica, fútbol, piano y trombón de varas.

La mayoría, harta de perder el tiempo, quiso que terminara aquella discusión sin fin, que desde una simple división de opiniones pasó a ser confrontación épica, como en cada reunión, con las fuerzas equiparadas, en dos bloques, en trincheras bien definidas, sin el más mínimo acercamiento de posiciones.

Don Honorato, doña Purita y don Prudencio, los maestros de mayor experiencia, a un lado, en una cohorte, explicaron sus experiencias negativas, contaron sus batallitas, explicaron con pelos y señales los inconvenientes de las tareas en casa; Paquita, la conserje, los apoyaba pues sus experiencias personales como madre la hacían dudar de las tareas impuestas, que se copiaban a veces literalmente de Internet, así, tal y cómo, textos sin cambiar una tilde, tipos de letra sin venir a cuento, sin molestarse a buscar otro, y quedaba un producto acabado con las mismas imágenes, márgenes, faltas de ortografía, colores, estilos y problemas sin solucionar que el texto propuesto en las redes. Los partidarios de mandar tareas al domicilio familiar, contestaban, argumentaban, que era una forma idónea de implicar a los padres, de hacerlos sufrir, en suma, a lo que la mamá de Manolín, siempre al lado de la dirección, asentía que sí, que sí, que lo que dijera Doncarlosmari.

Doncarlosmari, presionado por las circunstancias, dio el cerrojazo de golpe. Él era el Director. Se haría el trabajo para el ayuntamiento, no era para tanto, la escuela quedaría bien, y tal vez recibieran un premio, el ayuntamiento financiaba todos los años una visita al consistorio para que todo el mundo apreciara el denodado trabajo de los concejales por el medio ambiente. Y el tema, facilito: los cultivos transgénicos en América del Sur en la época del desarrollismo. Facilito y, sobre todo, de gran utilidad para el futuro de los estudiantes. El director, Doncarlosmari, autor de la idea y promotor del proyecto, se había decantado por lo que él decía era de rabiosa actualidad, a pesar de que doña Purita había propuesto que se dedicara mayor tiempo a que los alumnos llevaran a sus casas mensajes como lo de reciclar basuras, respirar aire puro, y esas cosas, o no fumar en la casa, que también implicaba a la familia.

Y la tarea llegó a los hogares en blocks, cuadernos y apuntes, y se abrió de nuevo la caja de Pandora. Pandora, acompañada de varias madres, acudió soliviantada, llena de truenos y relámpagos, al colegio, a reclamar, a quejarse, a arman un poco de ruido, por el dichoso transgénico, cómo se puede pedir un trabajo de la noche a la mañana, busca en Internet, sobre los cultivos transgénicos en América del Sur, 160.000 resultados en Google, los nervios a flor de piel, y hay que lavar, y planchar, era no ya excesivo, sino un atraco a manos armada. Algunos de lengua suelta contaron que Doncarlosmari salió del colegio por la puerta de atrás, disfrazado de empleado del ayuntamiento.

Doña Purita y don Honorato se lamentaron durante semanas en silencio tras el resultado de la redacción sobre transgénicos. El difícil e inestable equilibrio entre el aula y su entorno familiar, la complicada armonía de los integrantes de la Comunidad educativa estaba en entredicho, la sutil, a veces precaria, concordia entre los alumnos de diferentes orígenes podía irse al traste debido a influencias ecológicas transgénicas. Ambos maestros clamaron al cielo para que les enviaran mejores tiempos. Lejos estaban de imaginar que lo peor no había comenzado, que Maripili y sus secuaces estaban a punto de desencadenar una cruzada contra las tareas escolares que, si el lector es paciente y sigue estas desventuras, se encontrará que en el próximo volumen, Pandora y sus fuerzas ígneas se desencadenarían sobre la faz de la comunidad educativa.

 

 Nota 1


Puede parecer una exageración, pero el autor de este relato padeció en varias ocasiones de su experimentada vida claustros que comenzaban a las cinco y media de la tarde y llegaban a la madrugada. Eran otros tiempos, sí, en los que los Consejos escolares y los Claustros fueron cuidados y potenciados tanto por las administraciones públicas como por los padres y los profesionales de la educación.