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Miedo a volar

 

Publicado en «El puntero de don Honorato, el bolso de doña Purita y otros relatos para andar por clase». Facep, Almería, 252 págs. Segunda Edición. Grupo Comunicar. Huelva. 1998.

Los dibujos son de Pablo Martínez-Salanova Peralta

© Enrique Martínez-Salanova Sánchez


El puntero de don Honorato/Bibliografía/Lecturas de cine/Glosario de cine


 

 

 

Miedo a volar (1)


Un día llegó el nuevo. Venia de la mano del director, el cual le aseguró que le iba a ir muy bien con nosotros. El nuevo era bajito, llevaba traje de chaqueta y corbata a rayas. Y gafas. Se llamaba Jorge Puig pero había que llamarle Yordi Puch. A la pandilla, eso de que el apodo viniera ya impuesto desde afuera no le gustó nada y aunque empezamos a llamarle El Puch, se le hizo cruz y raya desde el principio. Siempre pasaba lo mismo cuando llegaba alguien por primera vez. 

Siempre hay excepciones. El año anterior, cuando llegó Iñaki Sasarramundi Bengoechea, ya desde el primer día empezó a ser de la pandilla, o la pandilla de él, no estaba muy claro, pues aseguró de entrada que «si no sois mis amigos y me dejáis las canicas os inflo a leches, pues».

 Con El Puch fue distinto. El Puch era muy callado y aguantaba todas las bromas, y ni se enfadaba ni nada, y jugaba él sólo en el patio, sin meterse con nadie. 

Un día estábamos con Doña Purita en clase «de trabajos forzados» (manualidades lo llamaba ella), y nos ordenó hacer una pajarita de papel. Nos salía fatal. Todos sudábamos con el esfuerzo. Todos, menos El Puch, que no se descomponía ni por esas y que en el mismo tiempo en que los demás, resoplando a pulmón,  hacíamos una pajarita arrugada, él hizo su pajarita, y otra más. Sin inmutarse, sin que se torciera su corbata a rayas. Y para colmo, la pajarita de más que había hecho, volaba. Sí, cuando se le tiraba de la cola, movía las alas. 

A Rosarito le sentó tan mal lo de la pajarita que volaba que decidió no dirigir la palabra a Yordi nunca más, «Por cursi», dijo. Para colmo Doña Purita felicitó a El Puch y le puso un diez en pajaritas de papel, y él como si nada. Ni se hizo el creído, ni nos miró a los demás por encima del hombro. 

Sin embargo a partir de aquel hecho se desencadenaron una serie de situaciones que debo referir. En los días siguientes se observaron movimientos extraños en clase. Una mañana, Agustín le dio a El Puch la mitad de su bocadillo de salchichón, y aquella misma tarde el mismísimo Agustín apareció, presumiendo, con una pajarita de papel que volaba. «La he hecho yo solito», le dijo Agustín a Ricardito. «Traidor», le dijo Ricardito a Agustín.

 Al día siguiente, se pudo observar que El Puch, jugaba con unas canicas que habían sido de Ricardito, «Traidor», le dijo Maripili a Ricardito cuando le vio por la tarde jugando con una pajarita de papel que volaba. 

A la semana siguiente toda la clase sabía hacer la pajarita de papel que volaba, al mismo tiempo que las canicas, los cromos de Gengis Kan conquistador de Mongolia, los sacapuntas y la mitad de los bocadillos de toda la clase, pasaban a las manos de El Puch

Días más tarde Yordi Puch fue admitido solemnemente en la pandilla como miembro de honor primero y de pleno derecho después, y más tarde en el equipo de fútbol, en el que acabó metiendo más goles que Agustín y Pepillo juntos. 

Mientras tanto cada día éramos más diestros en hacer pajaritas de papel de las que volaban. Lo malo, o por lo menos lo malo para Don Honorato, es que las pajaritas se hacían en la clase de matemáticas, en la de geografía, en la de religión y hasta en la de gimnasia, sin atender a otras cosas. 

Don Honorato tuvo que tomar cartas en el asunto, sobre todo cuando los de tercero, y los de quinto, y luego los pequeñajos aprendieron a hacer pajaritas de papel de las que volaban, y se hacían en todos los cursos en las clases de matemáticas, y en la de geografía y en la de religión, y hasta en la de gimnasia. 

Cuando las cosas pasaron a mayores, el director nos llamó al salón de actos y pronunció un discurso, en el que nos expuso lo maravillosa que era la disciplina. También nos soltó aquello de «lo que se preocupan los maestros por vosotros», y lo de que «vuestros padres no se merecen esto» y «que son tan buenos». También nos espetó lo de siempre: «que este es un centro educativo que siempre se ha caracterizado por su seriedad, su orden y disciplina, una disciplina que ahora no vamos a acabar de un plumazo (¿lo diría por las alas de las pajaritas?) con la merecida fama que durante tantos lustros se ha ganado a pulso esta institución educativa», y por fin, como colofón dijo que «¡ya estaba bien de pajaritas!», que le teníamos «hasta el gorro» y que «a buen entendedor con pocas palabras basta» (la disertación había durado más de tres cuartos de hora).

 Aquella tarde, Maripili y Rosarito aseguraron haber visto con sus propios ojos, por el ojo de la cerradura de la sala de profesores, a Don Honorato y al dire, jugando con una pajarita de papel de las que mueven las alas. Nadie les creyó.



(1) Este capítulo tampoco tiene nada que ver con el libro del mismo título de Erika Yung. Por lo tanto el lector de malsanas intenciones que hubiera pensado en plagio o en cosas parecidas, mejor es que piense en perder el miedo a volar. La protagonista de la novela de Erika, volaba de una manera, los protagonistas de esta historia, de otra. Lo importante es volar. Gracias, Érika, por prestarme tu título. (N. del A.)

© Enrique Martínez-Salanova Sán    n bn chez