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Gustavo Adolfo

 

Publicado en «El puntero de don Honorato, el bolso de doña Purita y otros relatos para andar por clase». Facep, Almería, 252 págs. Segunda Edición. Grupo Comunicar. Huelva. 1998.

Los dibujos son de Pablo Martínez-Salanova Peralta

© Enrique Martínez-Salanova Sánchez


El puntero de don Honorato/Bibliografía/Lecturas de cine/Glosario de cine


 

 

 

Gustavo Adolfo


 

De todos era bien sabido que doña Purita, desde su más tierna infancia estuvo fervientemente enamorada de Gustavo Adolfo. De Gustavo Adolfo Bécquer, se entiende. Amores platónicos, castos, no correspondidos, ya que Gustavo Adolfo nunca escribió cartas a doña Purita, ni siquiera desde su celda, ni le dedicó rima alguna, de tantas que hizo, a pesar de que a ella le hubiera gustado participar, aunque hubiera sido como meritoria, en alguna de ellas.

Nunca perdonó Doña Purita a Gustavo Adolfo el haber muerto tan joven y tan a destiempo, casi un siglo antes. El caso es que aquél año en que doña Purita nos dio literatura, literatura castellana, esperábamos a Bécquer, a Gustavo Adolfo Bécquer, con la misma emoción que si se tratara de un antepasado de todos nosotros en general y de cada uno en particular, o por lo menos como si fuera el mismísimo novio de doña Purita.

 Meses antes de que llegara a tratarse en clase, ya Doña Purita anunciaba la llegada del maravilloso poeta, «lástima que muriera en la flor de la juventud», o «lo que hubiéramos podido hacer él y yo por la humanidad». Tan larga se nos hizo la espera que alguna de las lenguas más afiladas de la clase llegó a preguntarse en alta, en muy alta voz, si acaso el tal Gustavo Adolfo no vendría en RENFE. (1)

Llegó el día señalado, o mejor dicho la tarde anterior al día señalado para el arribo de Gustavo Adolfo, cuando doña Purita dijo como de costumbre: «Para mañana, la página siguiente». Aquella noche toda la clase, es decir, Maripili, Agustín y Rosarito y todos los demás sin excepción, estudiamos y aprendimos hasta la última coma de la página en cuestión, porque siendo Gustavo Adolfo del máximo interés para doña Purita había que tenerlo muy en cuenta en función de la nota. 

Muy temprano llegamos al colegio con la lección aprendida de pe a pa. Doña Purita, imprevisible como siempre, empezó la clase como si nada importante sucediera, y preguntó la lección en primer lugar a Rosarito, que segura de sí misma contó íntegra la vida y muerte de Gustavo Adolfo Bécquer, sin olvidar que en realidad se apellidaba Domínguez, «como millones de españoles que ni eran poetas ni nada». Rosarito se explayó a gusto haciendo especial énfasis en su efímera existencia, y en que «su pronta muerte segó en plena juventud la vida de uno de los más insignes y luminosos poetas de las letras castellanas...».

 La lección de Rosarito parecía de tal forma un discurso fúnebre en ceremonia de córpore insepulto con aplicaciones de nota necrológica que toda la clase, incluidas doña Purita y la oradora, estalló en sollozos. Rosarito, sin poder reprimir la emoción, tuvo que enjugar una lágrima que le caía por la mejilla. Aunque el pañuelo estaba preparado al efecto y la puesta en escena totalmente ensayada, el impacto emocional para doña Purita fue tan inmenso que se sintió en la ineludible necesidad de seguir preguntando la lección a Rosarito, con el fin de sufrir más y mejor durante un tiempo el éxtasis producido por los recuerdos de su amado. 

Doña Purita expresó a la plañidera Rosarito el deseo de que le glosara, comentara o refiriera alguna sensación o sentimiento especial que le hubiera producido la obra del poeta fallecido. 

Rosarito continuó imperturbable: «La poesía más importante de Bécquer son sus rimas. A saber: Del salón en el ángulo oscuro volverán las oscuras golondrinas como enjambre de abejas irritadas fatigadas por el baile como la brisa que la sangre orea porque son niña tus ojos».

 Y Rosarito, como colofón aprendido de memorieta y bien ensayado por cierto, terminó: «Yo soy ardiente, yo soy morena».

 Como explicación inexcusable hay que señalar que Rosarito, que había estudiado el libro tal y como lo ponía la lección, sin puntos ni comas y en el mismo orden y de la misma manera, no distinguió en absoluto que las rimas de Gustavo Adolfo son muchas y diversas. Tampoco se enteró de que el arpa estaba en el ángulo oscuro del salón y no volando como abeja irritada y que las golondrinas no estaban fatigadas por el baile sino que fueron a colgar los nidos al balcón de doña Purita. Por otra parte ella misma (Rosarito, se entiende), no era ardiente ni morena sino rubia y de ojos azules. Y es que, comprendamos la situación: todo eso no lo ponía el libro. 

Tampoco ponía el libro, ni nunca pudo pensarlo ni predecirlo Gustavo Adolfo, y menos expresarlo en alguna de sus leyendas que aquel día, a la par aciago y venturoso, dadas sus grandes emociones y sus particulares sufrimientos se produjo la decimotercera lipotimia de Doña Purita en ese curso. 

Nosotros, la clase en general, dormimos aquella noche muy tranquilos.


(1) Red Nacional de Ferrocarriles Españoles. El autor hace referencia a que en aquellos años, los trenes solían llegar con retraso de horas, de días o incluso de meses o de años. Ahora, ¡Gracias a Dios! ya no sucede eso. (N. del T.).


© Enrique Martínez-Salanova Sán    n bn chez