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Los sitios de Zaragoza

 

Publicado en «El puntero de don Honorato, el bolso de doña Purita y otros relatos para andar por clase». Facep, Almería, 252 págs. Segunda Edición. Grupo Comunicar. Huelva. 1998.

Los dibujos son de Pablo Martínez-Salanova Peralta

© Enrique Martínez-Salanova Sánchez


El puntero de don Honorato/Bibliografía/Lecturas de cine/Glosario de cine


 

 

 

Los sitios de Zaragoza


 

Siempre nos pareció raro eso de que los profesores no llegaran nunca al final del libro. Era como si en el cuento de La Bella Durmiente del Bosque la princesa no se hubiera casado con el príncipe.

 Si el libro era de Matemáticas y Geometría, estudiábamos las matemáticas, pero no veíamos nada, o casi nada, de geometría, con lo que hacíamos muchas cuentas pero pocos volúmenes.

 Si el libro era de química, como no nos daba tampoco tiempo, dejábamos la química del carbono que siempre estaba al final nadie sabe por qué, sin ni siquiera tocarla.  A pesar de que la química del carbono, como nos hemos enterado mucho más tarde es la del petróleo, la del Golfo Pérsico y por lo tanto la de los petrodólares.

 Tampoco llegábamos nunca a la trigonometría, que siempre la ponían detrás de la aritmética, a pesar de que con ella hubiéramos aprendido algo más a situarnos en el espacio y tal vez en el tiempo.

 Maripili decía que no era cuestión de tiempo sino de que ni Don Honorato ni Doña Purita sabían tampoco los finales de los libros y que por eso Don Honorato se pasaba cantidad de tiempo con lo de las valencias y los pesos específicos que era un verdadero rollo y nunca llegaba a las gasolinas ni a los carburantes que era mucho más entretenido y útil.

 Lo de doña Purita todavía peor pues también, según Maripili que era una sabihonda, no llegaban a la trigonometría por aquello de los senos y cosenos y tangentes y cotangentes que sonaba a palabrotas.

En historia pasaba lo mismo. Ya de por sí la historia siempre empieza por el principio y termina por el final, porque claro, no vamos a ver antes a los godos que a los etruscos, por ejemplo. Los libros son como las películas que siempre empiezan por las letras del comienzo (1) y acaban por el The End (2).

Don Honorato siempre intentó convencernos de que la Historia de España, por ejemplo, acababa en un feliz final con música de fondo de El sitio de Zaragoza, de Cristóbal Oudrid, «cuando los valientes y aguerridos patriotas españoles expulsaron a las huestes napoleónicas de nuestra península poniendo así punto final a una de las épocas más llenas de oprobio de la historia de la humanidad». Don Honorato terminaba esta hermosa disertación con lágrimas en los ojos poniendo cara de alcalde de Móstoles cuando lo del telegrama. 

Y es que don Honorato, siempre empezaba la historia por el principio, es decir cuando lo de la prehistoria y lo de la Dama de Elche, que más tarde se demostró que era más bien Damo, y la terminaba cuando podía. 

También nos contaba la triste vida de los celtas, que eran largos y rubios y Pepillo decía que al revés que las labores de la Tabacalera del mismo nombre, que como decía su padre eran cortos y de un negro horrible. 

El caso es que nos pasamos la historia ganando a los invasores, como el caso de Viriato con los romanos, don Rodrigo con los árabes, Carlos Quinto con los herejes, don Juan de Austria con los turcos, Felipe Segundo con los portugueses, y así hasta que entre Daoíz, Velarde, Agustina de Aragón, Palafox, El Empecinado y algunos más como he contado antes, se puso punto final a etcétera etcétera etcétera. Etcéteras que significan que todos los pueblos de la tierra nos odiaban y después nos invadían, y nosotros, españoles valerosos, siempre teníamos, a pesar de los muertos y de los que se suicidaban antes de rendirse (3), patriotas de repuesto, preparados para defendernos de los invasores. 

Y ahí terminaba nuestra historia. Con Napoleón derrotado y con un maravilloso The End (4), y música de fondo del Aleluya de Haendel. 

Así llegábamos a los exámenes de junio, sin enterarnos de que había habido más tarde guerras carlistas en las que ganaron los liberales, de que perdimos una a una todas nuestras colonias, y los doblones y los maravedíes.

 Tampoco nos enteramos de que el último siglo estuvo lleno de votaciones, de botas, de monarquías y de dictaduras que iban y venían. No tuvimos claro que no hubo solamente una victoria sino muchísimas derrotas (5).

En definitiva, a pesar de que nos aprobaban las asignaturas, a final de curso siempre nos quedábamos con el pesar de no haber llegado al final de la historia y con la sensación de que la Cenicienta no se podía casar con el príncipe ni de que el Séptimo de Caballería era capaz de llegar a salvar a la humanidad.


(1)  Créditos les llaman los entendidos. (Nota del primer copista).

(2)  FIN. (N. del T.)

 ¡GRACIAS POR TRADUCIRLO!  (Nota de un lector agradecido).

¡De nada!, ¡A mandar que para eso estamos! (N. del T.)

(3) Aquí el editor inserta dos notas en una:

1- Se hace referencia a saguntinos y numantinos.

2- (Nota de un lector anónimo, un tanto desequilibrado según algunos, que se permite enmendar la plana a tantos historiadores y gente de bien. La enmienda o apostilla se encontró manuscrita en uno de las muchas versiones que se han hallado de estas memorias): los españoles siempre hemos tenido entre nuestros héroes a personas dispuestas a suicidarse por un quítame allí esas pajas, con perdón. Dicen los psicólogos que entre el héroe y el estúpido hay solamente un paso.

(4)  FIN. (N. del T.)

¡De nada! (N. del mismo)

(5)  El autor, hijo de su época, como Viriato o Boabdil lo fueron de las suyas, no ha podido evitar en este párrafo, filosofar un poco y caer en la cursilería un mucho. Perdonémosle e intentemos comprenderle aunque nos resulte difícil entender su anticuado y febril razonamiento. (N. del T.)

© Enrique Martínez-Salanova Sán    n bn chez